sábado, 4 de agosto de 2012

Discurso de Abraham Lincoln en Gettysburg

           Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio que todas las personas son creadas iguales.
          Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como último lugar de descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas porque esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.
          Pero, no obstante, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí lo han consagrado ya muy por encima de nuestro pobre poder de añadir o restarle algo. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que ahora decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron en este campo.
           Somos, más bien, nosotros, los vivos, los que debemos consagrarnos ahora a la tarea inconclusa que, aquellos que aquí lucharon, hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos ahora a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que, de estos muertos a los que honramos, tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida completa de celo. Que resolvamos aquí, firmemente, que estos hombres no habrán muerto en vano.
           Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad.
Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.

Discurso de Marco Antonio, William Shakespeare

DISCURSO DE MARCO ANTONIO ANTE EL CADAVER DE JULIO CESAR

William Shakespeare

"¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención! ¡Vengo a inhumar a César, no a ensalzarle! El mal que hacen los hombres perdura sobre su memoria. Frecuentemente el bien queda sepultado con sus huesos. ¡Sea así con César! El noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha pagado. Con la venia de Bruto y los demás, pues Bruto es un hombre honrado, como son todos ellos, hombres todos honrados, vengo a hablar en el funeral de César. Era mi amigo, para mí leal y sincero; pero Bruto dice que era ambicioso. Y Bruto es un hombre honrado. Infinitos cautivos trajo a Roma, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Parecía eso ambición en César? Siempre que los pobres dejaban oír su voz lastimera, César lloraba. ¡La ambición debería ser de una sustancia más dura! No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Todos visteis que en las Lupercales le presenté tres veces una corona real, y la rechazó tres veces. ¿Era esto ambición? No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y, ciertamente, es un hombre honrado. No hablo para desaprobar lo que Bruto habló. Pero estoy aquí para decir lo que sé. Todos le amasteis alguna vez, y no sin causa. ¿Qué razón, entonces, os detiene ahora para no llevarle luto? ¡Oh raciocinio! Has ido a buscar asilo en los irracionales, pues los hombres han perdido la razón… ¡Perdonadme un momento! Mi corazón está ahí, en ese féretro, con César, y he de detenerme hasta que torne a mí."
(Los ciudadanos hablan entre sí dando la razón a Antonio)
"Ayer todavía, la palabra de César hubiera podido prevalecer contra el universo. Ahora yace ahí, y nadie hay tan humilde que le reverencie. ¡Oh señores! Si estuviera dispuesto a excitar al motín y a la cólera a vuestras mentes y corazones, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres honrados. ¡No quiero ser injusto con ellos! Prefiero serlo con el muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honrados. Pero he aquí un pergamino con el sello de César. Lo hallé en su gabinete, y en su testamento ¡Oiga el pueblo ésta su [última] voluntad (aunque con vuestro permiso, no me propongo leerlo), e irá a besar las heridas de César muerto y a empapar sus pañuelos en su sagrada sangre! ¡Sí! ¡Reclamará un cabello suyo como reliquia y, al morir, lo transmitirá por testamento como un rico legado a su posteridad! "
(Los ciudadanos exigen conocer el testamento de César)
"¡Sed pacientes, amables amigos! ¡No debo leerlo! No es conveniente que sepáis hasta qué extremo os amó César. Pues siendo hombres, al oír el testamento de César os enfureceríais llenos de desesperación. Así, no es bueno haceros saber que os instituye sus herederos, pues, si lo supierais, ¡Oh! ¿Qué no habría de acontecer?"
(Más voces exigiendo la lectura del testamento)
"¿Tendréis paciencia? ¿Permaneceréis un momento en calma? He ido demasiado lejos en deciros esto. Temo agraviar a los honrados hombres cuyos puñales traspasaron a César. ¡Lo temo!"
(Siguen las exigencias de los ciudadanos)
"¿Queréis obligarme, entonces, a leer el testamento? Pues bien, formar círculo en torno al cadáver de César y dejadme mostraros al que hizo el testamento. ¿Descenderé? ¿Me dais vuestro permiso?"
(Baja de la tribuna y se sitúa junto al catafalco con los despojos de César)
"Si tenéis lágrimas, disponeos ahora a verterlas. ¡Todos conocéis este manto! Recuerdo cuando César lo estrenó. Era una tarde de estío, en su tienda, el día que venció a los nervios. ¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved qué brecha abrió el envidioso Casca! ¡Por esta otra le hirió su muy amado Bruto! ¡Y al retirar su maldecido acero, observad cómo la sangre de César parece haberse lanzado en pos de él, como para asegurarse de si era o no Bruto el que tan inhumanamente abría la puerta! Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César. ¡Juzgad, oh dioses, con qué ternura le amaba César! Ese fue el golpe más cruel de todos, pues cuando el noble César vio que él también le hería, la ingratitud, más potente que los brazos de los traidores, lo anonadó completamente. Entonces estalló su poderoso corazón y, cubriéndose el rostro con el manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo que se inundó chorreando sangre… ¡Oh, qué caída, compatriotas! En aquel momento, yo y vosotros y todos, caímos, y la traición sangrienta triunfó sobre nosotros. Oh, ahora lloráis, y percibo sentir en vosotros la impresión de la piedad. Esas lágrimas son generosas ¡Almas compasivas! ¿Por qué lloráis, cuando aún no sabéis visto más que la desgarrada vestidura de César? ¡Mirad aquí! ¡Aquí está él mismo, desfigurado, como veis, por los traidores! "
(Los ciudadanos claman venganza)
"Buenos amigos, apreciables amigos, no os excite yo con esa repentina explosión de tumulto. Los que han consumado esta acción son hombres dignos. ¿Qué secretos agravios tenían para hacerlo? ¡Ay, lo ignoro! Ellos son sensatos y honorables, y no dudo que os darán razones. ¡Yo no vengo, amigos, a concitar vuestras pasiones! Yo no soy orador como Bruto, sino como todos sabéis, un hombre franco y sencillo, que amaba a su amigo, y esto lo saben bien los que públicamente me dieron licencia para hablar de él. Porque no tengo ni talento, ni elocuencia, ni mérito, ni estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria, que enardece la sangre de los hombres. Hablo llanamente y no os digo sino lo que todos conocéis. Os muestro las heridas del bondadoso César, pobres, pobres bocas mudas, y les pido que ellas hablen por mí. Pues si yo fuera Bruto y Bruto Antonio, ese Antonio exasperaría vuestras almas y pondría una lengua en cada herida de César capaz de conmover y levantar en motín las piedras de Roma. "
(El público quiere oír el testamento)
"Aquí está, y con el sello de César. A cada ciudadano de Roma, a cada hombre, individualmente, lega setenta y cinco dracmas."
(Voces de satisfacción)
"Os lega, además, todos sus paseos, sus quintas particulares y sus jardines recién plantados a este lado del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros herederos como parques públicos para que os paseéis y recreéis ¡Este era un César! ¿Cuándo tendréis otro semejante?"
(Los ciudadanos deciden incinerar allí mismo el cadáver de César y, con esas llamas, prender antorchas para incendiar las casas de los traidores)
"¡Ahora prosiga la obra! ¡Maldad, ya estás en pie! ¡Toma el curso que quieras!"

MARCO ANTONIO

El Principe Feliz de Oscar Wilde/ The Happy Prince by Oscar Wilde

El Príncipe Feliz de Oscar Wilde


La estatua del Príncipe Feliz se alzaba sobre una alta columna, desde donde se dominaba toda la ciudad. Era dorada y estaba recubierta por finas láminas de oro; sus ojos eran dos brillantes zafiros y en el puño de la espada centelleaba un enorme rubí púrpura. El resplandor del oro y las piedras preciosas hacían que los habitantes de la ciudad admirasen al Príncipe Feliz más que a cualquier otra cosa.
-Es tan bonito como una veleta -comentaba uno de los regidores de la ciudad, a quien le interesaba ganar reputación de hombre de gustos artísticos-; claro que en realidad no es tan práctico -agregaba, porque al mismo tiempo temía que lo consideraran demasiado idealista, lo que por supuesto no era.
-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz -le decía una madre afligida a su pequeño hijo, que lloraba porque quería tener la luna-. El Príncipe Feliz no llora por nada.
-Mucho me consuela el ver que alguien en el mundo sea completamente feliz -murmuraba un hombre infortunado al contemplar la bella estatua.
-De verdad parece que fuese un ángel -comentaban entre ellos los niños del orfelinato al salir de la catedral, vestidos con brillantes capas rojas y albos delantalcitos.
-¿Y cómo saben qué aspecto tiene un ángel? -les refutaba el profesor de matemáticas-¿Cuándo han visto un ángel?
-Los hemos visto, señor. ¡Claro que los hemos visto, en sueños! -le respondían los niños, y el profesor de matemáticas fruncía el ceño y adoptaba su aire más severo. Le parecía muy reprobable que los niños soñaran.
Una noche llegó volando a la ciudad una pequeña golondrina. Sus compañeras habían partido para Egipto seis semanas antes, pero ella se había quedado atrás, porque estaba enamorada de un junco, el más hermoso de todos los juncos de la orilla del río. Lo encontró a comienzos de la primavera, cuando revoloteaba sobre el río detrás de una gran mariposa amarilla, y el talle esbelto del junco la cautivó de tal manera, que se detuvo para meterle conversación.
-¿Puedo amarte? -le preguntó la golondrina, a quien no le gustaba andarse con rodeos.
El junco le hizo una amplia reverencia.
La golondrina entonces revoloteó alrededor, rozando el agua con las alas y trazando surcos de plata en la superficie. Era su manera de demostrar su amor. Y así pasó todo el verano.
-Es un ridículo enamoramiento -comentaban las demás golondrinas-; ese junco es desoladoramente hueco, no tiene un centavo y su familia es terriblemente numerosa-. Efectivamente toda la ribera del río estaba cubierta de juncos.
A la llegada del otoño, las demás golondrinas emprendieron el vuelo, y entonces la enamorada del junco se sintió muy sola y comenzó a cansarse de su amante.
-No dice nunca nada -se dijo-, y debe ser bastante infiel, porque siempre coquetea con la brisa.
Y realmente, cada vez que corría un poco de viento, el junco realizaba sus más graciosas reverencias.
-Además es demasiado sedentario -pensó también la golondrina-; y a mí me gusta viajar. Por eso el que me quiera debería también amar los viajes.
-¿Vas a venirte conmigo? -le preguntó al fin un día. Pero el junco se negó con la cabeza, le tenía mucho apego a su hogar.
-¡Eso quiere decir que sólo has estado jugando con mis sentimientos! -se quejó la golondrina-. Yo me voy a las pirámides de Egipto. ¡Adiós!
Y diciendo esto, se echó a volar.
Voló durante todo el día y, cuando ya caía la noche, llegó hasta la ciudad.
-¿Dónde podré dormir? -se preguntó-. Espero que en esta ciudad hay algún albergue donde pueda pernoctar.
En ese mismo instante descubrió la estatua del Príncipe Feliz sobre su columna.
-Voy a refugiarme ahí -se dijo-. El lugar es bonito y bien ventilado.
Y así diciendo, se posó entre los pies del Príncipe Feliz.
-Tengo una alcoba de oro -se dijo suavemente la golondrina mirando alrededor.
En seguida se preparó para dormir. Mas cuando aún no ponía la cabecita debajo de su ala, le cayó encima un grueso goterón.
-¡Qué cosa más curiosa! -exclamó-. No hay ni una nube en el cielo, las estrellas relucen claras y brillantes, y sin embargo llueve. En realidad este clima del norte de Europa es espantoso. Al junco le encantaba la lluvia, pero era de puro egoísta.
En ese mismo momento cayó otra gota.
-¿Pero para qué sirve este monumento si ni siquiera puede protegerme de la lluvia? -dijo-. Mejor voy a buscar una buena chimenea.
Y se preparó a levantar nuevamente el vuelo.
Sin embargo, antes de que alcanzara a abrir las alas, una tercera gota le cayó encima, y al mirar hacia arriba la golondrina vio... ¡Ah, lo que vio!
Los ojos del Príncipe Feliz estaban llenos de lágrimas, y las lágrimas le corrían por las áureas mejillas. Y tan bello se veía el rostro del Príncipe a la luz de la luna, que la golondrina se llenó de compasión.
-¿Quién eres? -preguntó.
-Soy el Príncipe Feliz.
-Pero si eres el Príncipe Feliz, ¿por qué lloras? Casi me has empapado.
-Cuando yo vivía, tenía un corazón humano -contesto la estatua-, pero no sabía lo que eran las lágrimas, porque vivía en la Mansión de la Despreocupación, donde no está permitida la entrada del dolor. Así, todos los días jugaba en el jardín con mis compañeros, y por las noches bailábamos en el gran salón. Alrededor del jardín del Palacio se elevaba un muro muy alto, pero nunca me dio curiosidad alguna por conocer lo que había más allá... ¡Era tan hermoso todo lo que me rodeaba! Mis cortesanos me decían el Príncipe Feliz, y de verdad era feliz, si es que el placer es lo mismo que la dicha. Viví así, y así morí. Y ahora que estoy muerto, me han puesto aquí arriba, tan alto que puedo ver toda la fealdad y toda la miseria de mi ciudad, y, aunque ahora mi corazón es de plomo, lo único que hago es llorar.
-¿Cómo? -se preguntó para sí la golondrina-, ¿no es oro de ley?
Era un avecita muy bien educada y jamás hacia comentarios en voz alta sobre la gente.
-Allá abajo -siguió hablando la estatua con voz baja y musical-... allá abajo, en una callejuela, hay una casa miserable, pero una de sus ventanas está abierta y dentro de la habitación hay una mujer sentada detrás de la mesa. Tiene el rostro demacrado y lleno de arrugas, y sus manos, ásperas y rojas, están acribilladas de pinchazos, porque es costurera. En este momento está bordando flores de la pasión en un traje de seda que vestirá la más hermosa de las damas de la reina en el próximo baile del Palacio. En un rincón de la habitación, acostado en la cama, está su hijito enfermo. El niño tiene fiebre y pide naranjas. Pero la mujer sólo puede darle agua del río, y el niño llora. Golondrina, golondrina, pequeña golondrina... ¡hazme un favor! Llévale a la mujer el rubí del puño de mi espada, ¿quieres? Yo no puedo moverme, ¿lo ves?... tengo los pies clavados en este pedestal.
-Los míos están esperándome en Egipto -contestó la golondrina-. Mis amigas ya deben estar revoloteando sobre el Nilo, y estarán charlando con los grandes lotos nubios. Y pronto irán a dormir a la tumba del gran Rey, donde se encuentra el propio faraón, en su ataúd pintado, envuelto en vendas amarillas, y embalsamado con especias olorosas. Alrededor del cuello lleva una cadena de jade verde, y sus manos son como hojas secas.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina -dijo el Príncipe-, ¿por qué no te quedas una noche conmigo y eres mi mensajera? ¡El niño tiene tanta sed, y su madre, la costurera, está tan triste!
-Es que no me gustan mucho los niños -contesto-la golondrina-. El verano pasado, cuando estábamos viviendo a orillas del río, había dos muchachos, hijos del molinero, y eran tan mal educados que no se cansaban de tirarme piedras. ¡Claro que no acertaban nunca! Las golondrinas volamos demasiado bien, y además yo pertenezco a una familia célebre por su rapidez; pero, de todas maneras, era una impertinencia y una grosería.
Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste, que finalmente la golondrina se enterneció.
-Ya está haciendo mucho frío -dijo-, pero me quedaré una noche contigo y seré tu mensajera.
-Gracias, golondrinita -dijo el Príncipe.
La golondrina arrancó entonces el gran rubí de la espada del Príncipe y, teniéndolo en el pico, voló por sobre los tejados. Pasó junto a la torre de la catedral, que tenía ángeles de mármol blanco. Pasó junto al Palacio, donde se oía música de baile y una hermosa muchacha salió al balcón con su pretendiente.
-¡Qué lindas son las estrellas -dijo el novio-y qué maravilloso es el poder del amor!
-Ojalá que mi traje esté listo para el baile de gala -contestó ella-. Mandé a bordar en la tela unas flores de la pasión. ¡Pero las costureras son tan flojas!
La golondrina voló sobre el río y vio las lámparas colgadas en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el barrio de los judíos, donde vio a los viejos mercaderes hacer sus negocios y pesar monedas de oro en balanzas de cobre. Al fin llegó a la pobre casa, y se asomó por la ventana. El niño, en su cama, se agitaba de fiebre, y la madre se había dormido de cansancio. Entonces, la golondrina entró a la habitación y dejó el enorme rubí encima de la mesa, junto al dedal de la costurera. Después revoloteó dulcemente alrededor del niño enfermo, abanicándole la frente con las alas.
-¡Qué brisa tan deliciosa! -murmuró el niño-. Debo estar mejor.
Y se quedó dormido deslizándose en un sueño maravilloso.
Entonces la golondrina volvió hasta donde el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.
-¡Qué raro! -agrego-, pero ahora casi tengo calor; y sin embargo la verdad es que hace muchísimo frío.
-Es porque has hecho una obra de amor -le explicó el Príncipe.
La golondrina se puso a pensar en esas palabras y pronto se quedó dormida. Siempre que pensaba mucho se quedaba dormida.
Al amanecer voló hacia el río para bañarse.
-¡Qué fenómeno extraordinario! -exclamó un profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en pleno invierno!
Y escribió sobre el asunto una larga carta al periódico de la ciudad. Todo el mundo habló del comentario, tal vez porque contenía muchas palabras que no se entendían.
-Esta noche partiré para Egipto -se decía la golondrina y la idea la hacía sentirse muy contenta.
Luego visitó todos los monumentos públicos de la ciudad y descansó largo rato en el campanario de la iglesia. Los gorriones que la veían pasar comentaban entre ellos: "¡Qué extranjera tan distinguida!". Cosa que a la golondrina la hacía feliz.
Cuando salió la luna volvió donde estaba a la estatua del Príncipe.
-¿Tienes algunos encargos que darme para Egipto? -le gritó-. Voy a partir ahora.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarías conmigo una noche más?
-Los míos me están esperando en Egipto -contesto la golondrina-. Mañana, mis amigas van a volar seguramente hasta la segunda catarata del Nilo. Allí, entre las cañas, duerme el hipopótamo, y sobre una gran roca de granito se levanta el Dios Memnón. Durante todas las noches, él mira las estrellas toda la noche, y cuando brilla el lucero de la mañana, lanza un grito de alegría. Después se queda en silencio. Al mediodía, los leones bajan a beber a la orilla del río. Tienen los ojos verdes, y sus rugidos son más fuertes que el ruido de la catarata.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina -dijo el Príncipe-, allá abajo justo al otro lado de la ciudad, hay un muchacho en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa llena de papeles, y a su derecha, en un vaso, unas violetas están marchitándose. Tiene el pelo largo, castaño y rizado, y sus labios son rojos como granos de granada, y tiene los ojos anchos y soñadores. Está empeñado en terminar de escribir una obra para el director del teatro, pero tiene demasiado frío. No hay fuego en la chimenea y el hambre lo tiene extenuado.
-Bueno, me quedaré otra noche aquí contigo -dijo la golondrina que de verdad tenía buen corazón-. ¿Hay que llevarle otro rubí?
-¡Ay, no tengo más rubíes! -se lamentó el Príncipe-. Sin embargo aún me quedan mis ojos. Son dos rarísimos zafiros, traídos de la India hace mil años. Sácame uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, comprará pan y leña y podrá terminar de escribir su obra.
-Pero mi Príncipe querido -dijo la golondrina-, eso yo no lo puedo hacer.
Y se puso a llorar.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina -le rogó el Príncipe-, por favor, haz lo que te pido.
Entonces la golondrina arrancó uno de los ojos del Príncipe y voló hasta la buhardilla del escritor. No era difícil entrar allí, porque había un agujero en el techo y por ahí entró la golondrina como una flecha. El joven tenía la cabeza hundida entre las manos, así que no sintió el rumor de las alas, y cuando al fin levantó los ojos, vio el hermoso zafiro encima de las violetas marchitas.
-¿Será que el público comienza a reconocerme? -se dijo-Porque esta piedra preciosa ha de habérmela enviado algún rico admirador. ¡Ahora podré acabar mi obra!
Y se le notaba muy contento.
Al día siguiente la golondrina voló hacia el puerto, se posó sobre el mástil de una gran nave y se entretuvo mirando los marineros que izaban con maromas unas enormes cajas de la sentina del barco.
-¡Me voy a Egipto! -les gritó la golondrina. Pero nadie le hizo caso.
Al salir la luna, la golondrina volvió hacia el Príncipe Feliz.
-Vengo a decirte adiós-le dijo.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina -le dijo el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo otra noche?
-Ya es pleno invierno -respondió la golondrina-, y muy pronto caerá la nieve helada. En Egipto, en cambio, el sol calienta las palmeras verdes y los cocodrilos, medio hundidos en el fango, miran indolentes alrededor. Por estos días mis compañeras están construyendo sus nidos en el templo de Baalbeck, y las palomas rosadas y blancas las miran mientras se arrullan entre sí. Querido Príncipe, tengo que dejarte, pero nunca te olvidaré. La próxima primavera te traeré de Egipto dos piedras bellísimas para reemplazar las que regalaste. El rubí será más rojo que una rosa roja, y el zafiro será azul como el mar profundo.
-Allá abajo en la plaza -dijo el Príncipe Feliz-, hay una niñita que vende fósforos y cerillas. Y se le han caído los fósforos en el barro y se han echado a perder. Su padre le va a pegar si no lleva dinero a su casa y por eso ahora está llorando. No tiene zapatos ni medias, y su cabecita va sin sombrero. Arranca mi otro ojo y llévaselo, así su padre no le pegará.
-Pasaré otra noche contigo -dijo la golondrina-, pero no puedo arrancarte el otro ojo. Te vas a quedar ciego.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina -le rogó el Príncipe-, haz lo que te pido, te lo suplico.
La golondrina entonces extrajo el otro ojo del Príncipe y se echó a volar. Se posó sobre el hombro de la niña y deslizó la joya en sus manos.
-¡Qué bonito pedazo de vidrio! -exclamó la niña, y corrió riendo hacia su casa.
Después la golondrina regresó hasta donde estaba el Príncipe.
-Ahora que estás ciego -le dijo-, voy a quedarme a tu lado para siempre.
-No, golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Ahora tienes que irte a Egipto.
-Me quedaré a tu lado para siempre -repitió la golondrina, durmiéndose entre los pies de la estatua.
Al otro día ella se posó en el hombro del Príncipe para contarle las cosas que había visto en los extraños países que visitaba durante sus migraciones.
Le describió los ibis rojos, que se posan en largas filas a orillas del Nilo y pescan peces dorados con sus picos; le habló de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, y vive en el desierto, y lo sabe todo; le contó de los mercaderes que caminan lentamente al lado de sus camellos y llevan en sus manos rosarios de ámbar; le contó del Rey de las Montañas de la Luna, que es negro como el ébano y adora un gran cristal; le refirió acerca de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y veinte sacerdotes la alimentan con pasteles de miel; y le contó también de los pigmeos que navegan sobre un gran lago en anchas hojas lisas y que siempre están en guerra con las mariposas.
-Querida golondrina -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero es más maravilloso todavía lo que pueden sufrir los hombres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela sobre mi ciudad, y vuelve a contarme todo lo que veas.
Entonces la golondrina voló sobre la gran ciudad, y vio a los ricos que se regocijaban en sus soberbios palacios, mientras los mendigos se sentaban a sus puertas. Voló por las callejuelas sombrías, y vio los rostros pálidos de los niños que mueren de hambre, mientras miran con indiferencia las calles oscuras.
Bajo los arcos de un puente había dos muchachos acurrucados, uno en los brazos del otro para darse calor.
-¡Qué hambre tenemos! -decían.
-¡Fuera de ahí! les gritó un guardia, y los muchachos tuvieron que levantarse, y alejarse caminando bajo la lluvia.
Entonces la golondrina volvió donde el Príncipe, y le contó lo que había visto.
-Mi estatua esta recubierta de oro fino -le indicó el Príncipe-; sácalo lámina por lámina, y llévaselo a los pobres. Los hombres siempre creen que el oro podrá darles la felicidad.
Así, lámina a lámina, la golondrina fue sacando el oro, hasta que el Príncipe quedó oscuro. Y lámina a lámina fue distribuyendo el oro fino entre los pobres, y los rostros de algunos niños se pusieron sonrosados, y riendo jugaron por las calles de la ciudad.
-¡Ya, ahora tenemos pan! -gritaban.
Llegó la nieve, y después de la nieve llegó el hielo. Las calles brillaban de escarcha y parecían ríos de plata. Los carámbanos, como puñales, colgaban de las casas. Todo el mundo se cubría con pieles y los niños llevaban gorros rojos y patinaban sobre el río.
La pequeña golondrina tenía cada vez más frío pero no quería abandonar al Príncipe, lo quería demasiado. Vivía de las migajas del panadero, y trataba de abrigarse batiendo sus alitas sin cesar.
Una tarde comprendió que iba a morir, pero aún encontró fuerzas para volar hasta el hombro del Príncipe.
-¡Adiós, mi querido Príncipe! -le murmuró al oído-. ¿Me dejas que te bese la mano?
-Me alegro que por fin te vayas a Egipto, golondrinita -le dijo el Príncipe-. Has pasado aquí demasiado tiempo. Pero no me beses en la mano, bésame en los labios porque te quiero mucho.
-No es a Egipto donde voy -repuso la golondrina-. Voy a la casa de la muerte. La muerte es hermana del sueño, ¿verdad?
El avecita besó al Príncipe Feliz en los labios y cayó muerta a sus pies. En ese mismo instante se escuchó un crujido ronco en el interior de la estatua, fue un ruido singular como si algo se hubiese hecho trizas. El caso es que el corazón de plomo se había partido en dos. Ciertamente hacía un frío terrible.
A la mañana siguiente, el alcalde se paseaba por la plaza con algunos de los regidores de la ciudad. Al pasar junto a la columna levantó los ojos para admirar la estatua.
-¡Pero qué es esto! -dijo-¡El Príncipe Feliz parece ahora un desharrapado!
-¡Completamente desharrapado! -reiteraron los regidores; y subieron todos a examinarlo.
-El rubí de la espada se le ha caído, los ojos desaparecieron y ya no es dorado -dijo el alcalde-. En una palabra se ha transformado en un verdadero mendigo.
-¡Un verdadero mendigo! -repitieron los regidores.
-Y hay un pájaro muerto entre sus pies -siguió el alcalde-. Será necesario promulgar un decreto municipal que prohiba a los pájaros venirse a morir aquí.
El secretario municipal tomó nota dejando constancia de la idea.
Entonces mandaron a derribar la estatua del Príncipe Feliz.
-Como ya no es hermoso, no sirve para nada -explicó el profesor de Estética de la Universidad.
Entonces fundieron la estatua, y el Alcalde reunió al Municipio para decidir que harían con el metal.
-Podemos -propuso-hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.
-Claro, la mía -dijeron los regidores cada uno a su vez.
Y se pusieron a discutir. La última vez que supe de ellos seguían discutiendo.
-¡Qué cosa más rara! -dijo el encargado de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse; habrá que tirarlo a la basura.
Y lo tiraron al basurero donde también yacía el cuerpo de la golondrina muerta.
-Tráeme las dos cosas más hermosas que encuentres en esa ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.
Y el ángel le llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.
-Has elegido bien -sonrió Dios-. Porque en mi jardín del Paraíso esta avecilla cantará eternamente, y el Príncipe Feliz me alabará para siempre en mi Aurea Ciudad.
--FIN --
Pegado de <http://www.englishspanishlink.com/deluxewriter/xxxthehappyprincespan.htm>

The Happy Prince by Oscar Wilde 


HIGH above the city, on a tall column, stood the statue of the Happy Prince. He was gilded all over with thin leaves of fine gold, for eyes he had two bright sapphires, and a large red ruby glowed on his sword-hilt. He was very much admired indeed.
"He is as beautiful as a weathercock," remarked one of the town councillors who wished to gain a reputation for having artistic tastes; "only not quite so useful," he added, fearing lest people should think him unpractical, which he really was not.
"Why can't you be like the Happy Prince?" asked a sensible mother of her little boy who was crying for the moon. "The Happy Prince never dreams of crying for anything."
"I am glad there is some one in the world who is quite happy," muttered a disappointed man as he gazed at the wonderful statue.
"He looks just like an angel," said the charity children as they came out of the cathedral in their bright scarlet cloaks and their clean white pinafores.
"How do you know?" said the Mathematical Master, "you have never seen one."
"Ah! but we have, in our dreams," answered the children; and the Mathematical Master frowned and looked very severe, for he did not approve of children dreaming.
One night there flew over the city a little swallow. His friends had gone away to Egypt six weeks before, but he had stayed behind, for he was in love with the most beautiful reed. He had met her early in the spring as he was flying down the river after a big yellow moth, and had been so attracted by her slender waist that he had stopped to talk to her.
"Shall I love you?" said the swallow, who liked to come to the point at once, and the reed made him a low bow.
So he flew round and round her, touching the water with his wings and making silver ripples. This was his courtship, and it lasted all through the summer.
"It is a ridiculous attachment," twittered the other swallows; "she has no money, and far too many relations"; and, indeed, the river was quite full of reeds.
Then, when the autumn came, they all flew away. After they had gone he felt lonely, and began to tire of his lady-love.
"She has no conversation," he said, "and I am afraid that she is a coquette, for she is always flirting with the wind."
And certainly, whenever the wind blew, the reed made the most graceful curtsies.
"I admit that she is domestic," he continued, "but I love travelling, and my wife, consequently, should love travelling also."
"Will you come away with me?" he said finally to her; but the reed shook her head, she was so attached to her home.
"You have been trifling with me," he cried, "I am off to the pyramids. Good-bye!"
And he flew away.
All day long he flew, and at night-time he arrived at the city.
"Where shall I put up?" he said; "I hope the town has made preparations."
Then he saw the statue on the tall column.
"I will put up there," he cried; "it is a fine position with plenty of fresh air."
So he alighted just between the feet of the Happy Prince.
"I have a golden bedroom," he said softly to himself as he looked round
And he prepared to go to sleep; but just as he was putting his head under his wing, a large drop of water fell on him.
"What a curious thing!" he cried. "There is not a single cloud in the sky, the stars are quite clear and bright, and yet it is raining. The climate in the north of Europe is really dreadful. The reed used to like the rain, but that was merely her selfishness."
Then another drop fell. "What is the use of a statue if it cannot keep the rain off?" he said; "I must look for a good chimney-pot," and he determined to fly away.
But before he had opened his wings, a third drop fell, and he looked up and saw --ah! what did he see?
The eyes of the Happy Prince were filled with tears, and tears were running down his golden cheeks. His face was so beautiful in the moonlight that the little swallow was filled with pity.
"Who are you?" he said.
"I am the Happy Prince."
"Why are you weeping then?" asked the swallow; "you have quite drenched me."
"When I was alive and had a human heart," answered the statue, "I did not know what tears were, for I lived in the Palace of Sans-Souci, where sorrow is not allowed to enter. In the day-time I played with my companions in the garden, and in the evening I led the dance in the Great Hall. Round the garden ran a very lofty wall, but I never cared to ask what lay beyond it, everything about me was so beautiful. My courtiers called me the Happy Prince, and happy indeed I was, if pleasure be happiness. So I lived, and so I died. And now that I am dead they have set me up here so high that I can see all the ugliness and all the misery of my city, and though my heart is made of lead, yet I cannot choose but weep."
"What, is he not solid gold?" said the swallow to himself.
He was too polite to make any personal remarks out loud.
"Far away," continued the statue in a low musical voice, "far away in a little street, there is a poor house. One of the windows is open, and through it I can see a woman seated at a table. Her face is thin and worn, and she has coarse red hands, all pricked by the needle, for she is a seamstress. She is embroidering passion-flowers on a satin gown for the loveliest of the Queen's maids-of-honour to wear at the next Court-ball. In a bed in the corner of the room, her little boy is lying ill. He has a fever, and is asking for oranges. His mother has nothing to give him but river water, so he is crying. Swallow, Swallow, little Swallow, will you not bring her the ruby out of my sword-hilt? My feet are fastened to this pedestal and I cannot move."
"I am waited for in Egypt," said the Swallow. "My friends are flying up and down the Nile and talking to the large lotus-flowers. Soon they will go to sleep in the tomb of the great King. The King is there himself in his painted coffin. He is wrapped in yellow linen and embalmed with spices. Round his neck is a chain of pale green jade, and his hands are like withered leaves."
"Swallow, Swallow, little Swallow," said the Prince, "will you not stay with me for one night and be my messenger? The boy is so thirsty, and the mother so sad."
"I don't think I like boys," answered the swallow. "Last summer, when I was staying on the river, there were two rude boys, the miller's sons, who were always throwing stones at me. They never hit me, of course; we swallows fly far too well for that, and besides, I come of a family famous for its agility; but still, it was a mark of disrespect."
But the Happy Prince looked so sad that the little swallow was sorry.
"It is very cold here," he said; "but I will stay with you for one night and be your messenger."
"Thank you, little Swallow," said the Prince.
So the swallow picked out the great ruby from the Prince's sword and flew away with it in his beak over the roofs of the town. He passed by the cathedral tower, where the white marble angels were sculptured. He passed by the palace and heard the sound of dancing. A beautiful girl came out on the balcony with her lover.
"How wonderful the stars are," he said to her, "and how wonderful is the power of love!"
"I hope my dress will be ready in time for the State-ball," she answered; "I have ordered passion-flowers to be embroidered on it; but the seamstresses are so lazy."
He passed over the river and saw the lanterns hanging to the masts of the ships. He passed over the Ghetto and saw the old Jews bargaining with each other and weighing out money in copper scales. At last he came to the poor house and looked in. The boy was tossing feverishly on his bed, and the mother had fallen asleep, she was so tired. In he hopped, and laid the great ruby on the table beside the woman's thimble. Then he flew gently round the bed, fanning the boy's forehead with his wings.
"How cool I feel," said the boy, "I must be getting better";
And he sank into a delicious slumber.
Then the swallow flew back to the Happy Prince and told him what he had done.
"It is curious," he remarked, "but I feel quite warm now, although it is so cold."
"That is because you have done a good action," said the Prince.
And the little swallow began to think, and then he fell asleep. Thinking always made him sleepy.
When day broke, he flew down to the river and had a bath.
"What a remarkable phenomenon," said the professor of ornithology as he was passing over the bridge. "A swallow in winter!"
And he wrote a long letter about it to the local newspaper. Every one quoted it, it was full of so many words that they could not understand.
"To-night I go to Egypt," said the swallow, and he was in high spirits at the prospect.
He visited all the public monuments and sat a long time on top of the church steeple. Wherever he went the sparrows chirruped and said to each other, "What a distinguished stranger!" so he enjoyed himself very much.
When the moon rose, he flew back to the Happy Prince.
"Have you any commissions for Egypt?" he cried; "I am just starting."
"Swallow, Swallow, little Swallow," said the Prince, "will you not stay with me one night longer?" "I am waited for in Egypt," answered the swallow. "To-morrow my friends will fly up to the Second Cataract. The river-horse couches there among the bulrushes, and on a great granite throne sits the god Memnon. All night long he watches the stars, and when the morning star shines, he utters one cry of joy, and then he is silent. At noon the yellow lions come down to the water's edge to drink. They have eyes like green beryls, and their roar is louder than the roar of the cataract."
"Swallow, Swallow, little Swallow," said the Prince, "far away across the city I see a young man in a garret. He is leaning over a desk covered with papers, and in a tumbler by his side there is a bunch of withered violets. His hair is brown and crisp, and his lips are red as a pomegranate, and he has large and dreamy eyes. He is trying to finish a play for the director of the theatre, but he is too cold to write any more. There is no fire in the grate, and hunger has made him faint."
"I will wait with you one night longer," said the swallow, who really had a good heart. "Shall I take him another ruby?"
"Alas! I have no ruby now," said the Prince; "my eyes are all that I have left. They are made of rare sapphires, which were brought out of India a thousand years ago. Pluck out one of them and take it to him. He will sell it to the jeweller, and buy food and firewood, and finish his play."
"Dear Prince," said the swallow, "I cannot do that";
And he began to weep.
"Swallow, Swallow, little Swallow," said the Prince, "do as I command you."
So the swallow plucked out the Prince's eye and flew away to the student's garret. It was easy enough to get in, as there was a hole in the roof. Through this he darted, and came into the room. The young man had his head buried in his hands, so he did not hear the flutter of the bird's wings, and when he looked up, he found the beautiful sapphire lying on the withered violets.
"I am beginning to be appreciated," he cried; "this is from some great admirer. Now I can finish my play."
And he looked quite happy.
The next day the swallow flew down to the harbour. He sat on the mast of a large vessel and watched the sailors hauling big chests out of the hold with ropes.
"Heave ahoy!" they shouted as each chest came up. "I am going to Egypt!" cried the swallow, but nobody minded.
And when the moon rose, he flew back to the Happy Prince.
"I am come to bid you good-bye," he cried.
"Swallow, Swallow, little Swallow," said the Prince, "will you not stay with me one night longer?"
"It is winter," answered the swallow, "and the chill snow will soon be here. In Egypt the sun is warm on the green palm-trees, and the crocodiles lie in the mud and look lazily about them. My companions are building a nest in the Temple of Baalbec, and the pink and white doves are watching them and cooing to each other. Dear Prince, I must leave you, but I will never forget you, and next spring I will bring you back two beautiful jewels in place of those you have given away. The ruby shall be redder than a red rose, and the sapphire shall be as blue as the great sea."
"In the square below," said the Happy Prince, "there stands a little match-girl. She has let her matches fall in the gutter, and they are all spoiled. Her father will beat her if she does not bring home some money, and she is crying. She has no shoes or stockings, and her little head is bare. Pluck out my other eye, and give it to her, and her father will not beat her."
"I will stay with you one night longer," said the swallow, "but I cannot pluck out your eye. You would be quite blind then."
"Swallow, Swallow, little Swallow," said the Prince, "do as I command you."
So he plucked out the Prince's other eye and darted down with it. He swooped past the match-girl and slipped the jewel into the palm of her hand.
"What a lovely bit of glass," cried the little girl; and she ran home, laughing.
Then the swallow came back to the Prince.
"You are blind now," he said, "so I will stay with you always."
"No, little Swallow," said the poor Prince, "you must go away to Egypt."
"I will stay with you always," said the swallow, and he slept at the Prince's feet.
All the next day he sat on the Prince's shoulder and told him stories of what he had seen in strange lands.
He told him of the red ibises, who stand in long rows on the banks of the Nile and catch gold fish in their beaks; of the Sphinx, who is as old as the world itself, and lives in the desert, and knows everything; of the merchants, who walk slowly by the side of their camels and carry amber beads in their hands; of the King of the Mountains of the Moon, who is as black as ebony and worships a large crystal; of the great green snake that sleeps in a palm-tree and has twenty priests to feed it with honey-cakes; and of the pygmies, who sail over a big lake on large flat leaves and are always at war with the butterflies.
"Dear little Swallow," said the Prince, "you tell me of marvellous things, but more marvellous than anything is the suffering of men and of women. There is no mystery so great as misery. Fly over my city, little Swallow, and tell me what you see there."
So the swallow flew over the great city and saw the rich making merry in their beautiful houses, while the beggars were sitting at the gates. He flew into dark lanes and saw the white faces of starving children looking out listlessly at the black streets.
Under the archway of a bridge, two little boys were lying in one another's arms to try and keep themselves warm.
"How hungry we are!" they said.
"You must not lie here," shouted the watchman, and they wandered out into the rain.
Then he flew back and told the Prince what he had seen.
"I am covered with fine gold," said the Prince, "you must take it off, leaf by leaf, and give it to my poor; the living always think that gold can make them happy."
Leaf after leaf of the fine gold the Swallow picked off, till the Happy Prince looked quite dull and grey. Leaf after leaf of the fine gold he brought to the poor, and the children's faces grew rosier, and they laughed and played games in the street.
"We have bread now!" they cried.
Then the snow came, and after the snow came the frost. The streets looked as if they were made of silver, they were so bright and glistening; long icicles like crystal daggers hung down from the eaves of the houses, everybody went about in furs; and the little boys wore scarlet caps and skated on the ice.
The poor little swallow grew colder and colder, but he would not leave the Prince, he loved him too well. He picked up crumbs outside the baker's door when the baker was not looking, and tried to keep himself warm by flapping his wings.
But at last he knew that he was going to die. He had just strength to fly up to the Prince's shoulder once more.
"Good-bye, dear Prince!" he murmured, "will you let me kiss your hand?"
"I am glad that you are going to Egypt at last, little Swallow," said the Prince, "you have stayed too long here; but you must kiss me on the lips, for I love you."
"It is not to Egypt that I am going," said the swallow. "I am going to the house of death. Death is the brother of sleep, is he not?"
And he kissed the Happy Prince on the lips and fell down dead at his feet. At that moment a curious crack sounded inside the statue, as if something had broken. The fact is that the leaden heart had snapped right in two. It certainly was a dreadfully hard frost.
Early the next morning the mayor was walking in the square below in company with the town councillors. As they passed the column, he looked up at the statue:
"Dear me! how shabby the Happy Prince looks!" he said.
"How shabby indeed!" cried the town councillors, who always agreed with the mayor, and they went up to look at it.
"The ruby has fallen out of his sword, his eyes are gone, and he is golden no longer," said the mayor; "in fact, he is little better than a beggar!"
"Little better than a beggar," said the town councillors.
"And here is actually a dead bird at his feet!" continued the mayor.
"We must really issue a proclamation that birds are not allowed to die here."
And the town clerk made a note of the suggestion.
So they pulled down the statue of the Happy Prince.
"As he is no longer beautiful, he is no longer useful," said the art professor at the university.
Then they melted the statue in a furnace, and the mayor held a meeting of the corporation to decide what was to be done with the metal.
"We must have another statue, of course," he said, "and it shall be a statue of myself."
"Of myself," said each of the town councillors.
And they quarrelled. When I last heard of them, they were quarrelling still.
"What a strange thing!" said the overseer of the workmen at the foundry. "This broken lead heart will not melt in the furnace. We must throw it away."
So they threw it on a dust-heap where the dead swallow was also lying.
"Bring me the two most precious things in the city," said God to one of His Angels.
And the Angel brought Him the leaden heart and the dead bird.
"You have rightly chosen," said God, "for in my garden of Paradise this little bird shall sing for evermore, and in my city of gold the Happy Prince shall praise me."
--End --
Pegado de <http://www.englishspanishlink.com/deluxewriter/xxxthehappyprince.htm>

Cómo leer un libro

Una recomendación de lectura es "cómo leer un libro" de Mortimer J. Adler y Charles van Doren.
La mayoría de las personas no sabemos como leer un libro, he aquí un libro de ayuda.

RESEÑA:

Mortimer J. Adler
Charles van Doren.
¿Sabemos leer? No todos los libros exigen la misma concentración o velocidad de lectura, y en ocasiones, la falta de concentración o la pretensión de acabar la lectura lo más rápidamente posible obligan al lector a cerrar el libro o acabar de leerlo, sin haber comprendido lo que ha leído. "Cómo leer un libro" es una obra clásica para aprender y enseñar a leer y a comprender lo que leemos, desde la lectura primaria a la lectura rápida, pasando por la de inspección y la extensiva, además de enseñara clasificar cualquier libro: práctico, teatro, novela, poesía, historia, física, biología, matemáticas filosofía, ciencias sociales.

Sobre la traducción de nombres propios

Algo a tener en cuenta en una traducción son los nombres y por eso este pequeño resumen extraído del libro NOMBRES PROPIOS: SU TRADUCCIÓN DE VIRGILIO MOYA.

Nombres antropónimos 
Los nombres de personas por lo general no se traducen solo se transcriben, aunque muchos de los nombres de personajes ilustres si se traducen desde la antigüedad como Homero, Virgilio, etc.  Cuando llegamos al siglo XX vemos que esta tendencia ya no es la misma, algunos nombres se mantienen. Algunas veces el apellido también se traducía.
Un nombre propio siempre debe quedar en su verdadera forma, a menos que tenga una forma adaptada y aceptada.
Los nombres que mas se adaptan son los del papa, reyes, políticos israelís, algunas veces los nombres de deportistas, hay excepciones con los nombres propios cuando estos no se reconocen en la lengua terminal (en este el traductor tiene varias alternativas como dar solo el sentido del nombre o traducir y dar el sentido).

 Sobre los personajes de ficción, se tratan de dejar como están, solo transcribirlos para que mantengan su significado ya que si se traducen se podría atentar contra el texto. Además el lector espera que si es una obra rusa aparezcan nombres rusos.
Los nombres indios se traducen por su significación como bailando con lobos, cabello al viento, etc.

Tratamientos y títulos honoríficos.
Los títulos no tienen ningún problema a la hora de traducirse a menos que sean de culturas muy lejanas como la hindú, japonesa y árabe, estas últimas se transcriben.
Un dato a tener en cuenta; solo en el español y portugués se les llama a los príncipes herederos como tal y a los demás príncipes y princesas se les considera infantas e infantes. En inglés el termino infante no existe pero se transcriben.
La mención de conde tiene dos palabras earl (ingleses) y count (europeos).
Los títulos de lord, sir, lady, y dame no tienen traducción al español y sus plurales en español se forman al agregar -es, además se escriben en minúscula.
Mr, Mrs, Ms. Estos no tienen problema al traducirse solo hay que tener cuidado porque el inglés abusa demasiado de estos términos.
Los términos árabes e indios como rajá, jeque, marajá, se suelen transliterar como sheikh por jeque.

Topónimos
Estos se suelen dejar tal cual como están en la lengua origen, se transcriben o se transliteran. Si se les da traducción se debe dejar en paréntesis su forma tradicional. El nombre que se usa debe ser el que los lugareños usen, hay que respetar los usos político-lingüísticos de los pueblos. Un ejemplo es la palabra Inuit usada para referirse a los esquimales, ya que a muchos no les agrada este termino para definirse.
Cuando los nombres de capitales importantes o calles se usan metonímicamente en lugar de sus respectivos gobiernos o ministerios el traductor tiene 3 opciones:


Si el nombre que se quiere traducir tiene connotaciones se puede hacer un doblete, se transfiere el nombre de la ciudad y se traduce o se explica como por ejemplo Seattle; el Santiago lluvioso de los americanos.

Política y Guerra
Los nombres de los ministerios se traducen colocándole al final el gentilicio de su respectivo país, ejemplo: ministra de salud y deporte . Cuando se trata de ministerios ingleses a menudo se quedan igual pero con la traducción en paréntesis, ejemplo: El canciller del Exchequer (ministro de Finanzas).
El cargo jefe de gobierno o estado da para una larga lista de sinónimos, lo que evita la repetición.
Hay una gran variante de formulas para evitar la repetición del nombre del mandatario español. Como, nombre y apellido, los dos apellidos, Don + nombre y apellido, primer apellido, etc.
En caso de un nombre chino no hay que extrañarse de que el primero sea el apellido y el segundo el nombre (Deng Xiaoping).
Con el nombre ministro (secretary of state, británico; ministro de estado o ministro en América).
Los nombres de parlamentos se transcriben o transliteran, la primera vez que aparecen en el texto se da la traducción en paréntesis. Ejemplo: El Sejm (parlamento polaco).
Los nombres de partidos políticos se suelen traducir como el partido laborista inglés. Siempre se coloca el gentilicio al final como en los ministerios. Cuando los partidos de los que hablamos no están cercanos a la lengua final se suelen traducir, transliterar o transcribir, por lo que existe una cierta vacilación a la hora de traducir.

Los nombres y sobrenombres del ejercito se suelen traducir por ejemplo "los perros del desierto". Hay excepciones como los marines que se transcriben. Las operaciones bélicas se suelen traducir pero en cambio los nombres de misiles , aviones, helicópteros, satélites, estaciones espaciales y transbordadores se transcriben.

Deportes
Los nombres de equipos de fútbol, baloncesto e hinchas no se traducen ni el de los estadios, a menos que el significado sea transparente.
El nombre de los equipos de beisbol si se traducen, por ejemplo "los medias rojas de chicago".

Dinero
Los nombres de monedas se suelen adaptar al español. Hay solo algunas monedas europeas que se transcriben como el leu rumano que pasa a ser Leo o león.
No se traducen el nombre de bancos, ni índices de bolsa, ni nombres de compañías.

Conclusiones:
La traducción de un nombre siempre dependerá del tipo y status del texto.
Lo mejor que puede hacer el traductor es mantener los nombres, a menos que estén ya hispanizados.
La traducción de los nombres de ficción dependerá de la carga simbólica de este.
Con los topónimos es mejor transcribirlos sino tienen una forma arraigada en el español pero siempre hay que tener en consideración el nombre que los habitantes de dicho país desean tener.


Sobre los toponimos:
 

Lenguas del mundo

¿Sabías que hay más de Seis mil lenguas en el mundo? ¿Que muchas lenguas se han extinto ya por la dominancia de ciertas lenguas como el inglés o el chino?
Dejo el link de un reportaje muy informativo sobre este echo.


Origen de las Lenguas

Sigan la cadena de videos^^

¿No sabes las diferencias que tienen el inglés y el español?

¿No sabes las diferencias que tienen el inglés y el español? Aquí una ayudita.

Esto fue extraído en Diferencias entre el inglés y el castellano, Marina Orellana.
 
1.-Economicidad del inglés / to nod -> hacer una venia. En inglés abundan los monosílabos
Evitar la repetición
Eliminar muletillas y frases inútiles
Mejorar la redacción
Dividir los párrafos muy largos en frases
Sustituir el subjuntivo por infinitivo
Eliminar algunos infinitivos que no se necesitan en castellano
Suprimir frases de relleno de las que con frecuencia se abusa
2.-Facilidad para crear palabras /input -> entrada / check-up -> se suelen unir los monosílabos con los sustantivos del mismo tipo para crear nuevas palabras.
3.-Riqueza de sinónimos /Un traductor debe manejar los sinónimos, mientras más mejor porque el texto será más rico/ to deny -> protest -gainsay -reject -withhold -doubt -discredit
4.-Predominio de la frase sujeto-predicado / en español la oración es más flexible por lo que permite arreglar un texto.
5.-Diferente construcción de frases / verbo en inglés se coloca al final de la oración
6.-Fácil adaptación del vocabulario al progreso técnico
7.-Uso del sustantivo en vez del verbo
8.-Uso del posesivo / en inglés se utiliza con más frecuencia que en el español ya que es norma usar el articulo en vez del adjetivo posesivo
9.-Uso de la frase afirmativa (inglés) en contraste con la frase negativa (español)
10.-Artículos definido e indefinido / se suele abusar de ellos en castellano, ya que a veces son innecesarios en un párrafo.
11.-Uso del plural (inglés) en vez del singular (castellano) / en el castellano se tiende a singularizar las palabras o se alude a cada persona en una frase.
12.-Uso de mayúsculas
13.-Vigor (fuerza) de las preposiciones
14.-Predominio de la voz pasiva / En inglés es muy usada pero en castellano se evita/ se usa la voz pasiva cuando el interés del autor reside en el predicado
15.-Importancia del modo de acción
16.-Rigidez en las formas epistolares
17.-Uso de las siglas.
18.-Uso de los títulos honoríficos
19.-Redacción de títulos y subtítulos
20.-Normas y signos de puntuación / se suele usar un solo signo de exclamación y de pregunta colocado al final de la frase, el uso de la coma es más restringido, uso de comillas en citas, mayúsculas en meses, días, estaciones del año y nacionalidades.
21.-Repetición / Va unido al uso de sinónimos, ya que es el abuso de una palabra en el texto sin ningún fin literario.
22.-Estilo / la forma de escritura, se ha dicho que escribir bien es pensar bien.
23.-Longitud de los párrafos / algunos autores prefieren los párrafos cortos con las palabras precisas pero no hay problema sobrelos párrafos extensos si estos están bien escritos.
24.-Idioma / dependerá del público al que este dirigido, no puedo escribir a mi estilo español de chile cuando esta dirigido a un español argentino.
25.-Idioma oral e idioma escrito / hay cosas que no pueden ser escritas, cuando una persona escribe debe utilizar un lenguaje formal no el típico usado en las conversaciones.
26.-Vigencia y permanencia del idioma / La lengua varia, siempre va cambiando por la influencia de las nuevas tecnologías.
27.-Abuso del adverbio en castellano / a menudo se abusa del -mente, esto suele ser molesto porque expande la frase.
28.-Gerundio / se utiliza mal, porque no siempre son frases terminadas en -endo, sino que su significado es el mismo -> conteniendo -contiene
29.-Sustantivos Usurpadores / Colocar sustantivos donde no deberían ir, sino que debería haberse utilizado un verbo.
30.-Diferencias entre el castellano de España y el de Iberoamérica
Es sabido que no utilizamos las mismas expresiones porque estas definen de donde somos
En España se dice: llover chuzos
En Chile decimos: llover A chuzos
En España los artefactos domésticos son femeninos mientras que en América son masculinos. Yo hablo de El computador, un español habla de LA computadora.

Repito, esta información fue extraída de un Libro de la Diosa traductora Marina Orellana.
En ningún caso se quiere pasar sobre los derechos del autor.

Breve resumen de la Historia de la lengua inglesa

El origen de la lengua humana se remonta en un pasado lejano
Las sociedades primitivas poseían una forma de lenguaje, no tan compleja ni muy desarrollada. Esto se evidencia en la forma de su cráneo que mostraría el desarrollo de su cerebro.
Muchas culturas tenían una tradición oral con la cual preservaron su dialecto.
Sir William Jones en 1786. Estudió el antiguo lenguaje Indio del sanscrito reconociendo una relación en tres el griego, latín, persa, gótico y el celta.
En the third anniversary discourse on the hindus, se ve una comparación donde él señala que el sanscrito posee una maravillosa estructura, más que el griego y mas que el latín, y mas refinado que cualquier otro.
Jones estudió la relación entre los lenguajes, como estos poseen un ancestro común. Las llamadas proto-lenguaje indoeuropeo.
Franz Bopp fue el primero en trabajar con algunas de los lenguajes relacionados entre si, demostrando que no solo el griego, latín y sanscrito están emparentados, sino como estos se relacionan. Bopp se focalizo en la gramática comparativa
Rasmus Rask, reconoció que habían sonidos regulares entre los lenguajes.
Jakob Grimm dice que había reglas que cambiaban el sonido. / Ley de Grimm
Los Indoeuropeos
Los originales indoeuropeos no tenían palabras para animales como monkey, lion. Sino para ice, bitter cold. (Por su lugar de acentamiento)


Los indoeuropeos habitaban el norte de Europa. En las montañas Ural alrededor del 3500 al 2500 AC. Por su lenguaje se deduce que vivieron cerca de bosques por usar palabras como pino, lobo o ciervo.
Tenían reyes y también sus propias deidades.
Los estudiosos dicen que los indoeuropeos emigraron dividiéndose en dos grupos las lenguas Satem y Centum.

Pequeño extracto sacado de A History of English Language