Como consecuencia del ambiente
cultural a mediados del siglo XII, nace
un fenómeno conocido como la Escuela de Traductores de Toledo, que no se
trataba de un centro educativo, a pesar de su nombre, sino de un grupo de
estudiosos cristianos, judíos y musulmanes que trabajaron conjuntamente en la
investigación y traducción de todas estas obras encontradas de la cultura árabe
y de la antigüedad, trasmitiéndolas posteriormente al resto de la Europa
medieval, alimentada hasta ese instante única y exclusivamente por la cultura
latina.
En su primer periodo, impulsado por
el arzobispo don Raimundo, se tradujeron fundamentalmente obras de filosofía y
religión del árabe al latín. Las universidades europeas comenzaron a conocer
las obras de Aristóteles, comentadas por filósofos árabes como Avicena y
Alfarabí, de autores hispano-judíos como Ibn Gabirol, y también se tradujeron
el Corán y los Salmos del Antiguo Testamento.
Tras una fase de transición, con la llegada
de Alfonso X en el siglo XIII, comienza su segundo periodo; una etapa en la que
se realizan las traducciones de los tratados de astronomía física, alquimia y
matemáticas. El gran impulso que este monarca dio a la Escuela de Traductores
de Toledo supuso que este organismo recopilara un gran caudal de conocimientos,
que el rey encauzó a través de la edición y composición de algunas de sus
obras, entre la que podemos destacar las Tablas Alfonsíes. Otras obras
traducidas de gran importancia fueron los tratados de Azarquiel, de Ptolomeo y
del médico y matemático árabe Abu Ali al-Haitam. También vieron la luz obras
como los Libros de ajedrez, dados y
tablas y recopilaciones de cuentos como Calila e Dimma y Sendebar.
En este segundo periodo, las traducciones
no se hacen al latín sino al castellano, y los métodos de traducción
evolucionaron con el tiempo. A diferencia del primer periodo donde un
judío o un cristiano conocedor del árabe traducía la obra original oralmente al
romance, ante un experto conocedor del latín, el cual redactaba posteriormente
en esta lengua lo que había escuchado. En el segundo periodo, las obras eran
traducidas por una única persona, conocedor de diversas lenguas, cuyo trabajo
era finalmente revisado por un enmendador.
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